Algunos artistas parecen inmortales; no porque su obra lo sea, ni por la talla que esta haya ayudado a forjar con los años, sino porque uno cree que siempre van a estar ahí. Que, por mucho que pase el tiempo, seguirán creando con la misma energía y la misma capacidad de siempre. Quizá por esto la noticia de la muerte del pianista y compositor estadounidense Chick Corea ha sido tan inesperada: a pesar de tener 79 años, Corea se mantuvo activo y en plena forma hasta poco antes de morir, el pasado 9 de febrero, a consecuencia de una forma rara de cáncer que le fue diagnosticado poco tiempo antes.
El anuncio se realizó en su página de Facebook. En ella, la leyenda del jazz ha dejado un mensaje de despedida: “Quiero dar las gracias a todos los que me han ayudado en mi viaje a mantener ardiendo el fuego de la música […]. El mundo no solo necesita más artistas, sino también un montón de diversión. A todos mis músicos amigos que han sido mi familia: ha sido un honor y una bendición aprender y tocar con vosotros. Mi misión siempre fue llevar adonde pudiera la alegría de la creatividad, y haberlo logrado con los artistas que he admirado se convirtió en la riqueza de mi vida”.
Corea fue un raro ejemplo en el jazz y la música popular; podríamos decir que lo hizo, virtualmente, todo: ser pieza clave en la música de Miles Davis, abrazar la vanguardia más aguerrida, sentar las bases del jazz-rock y la fusión, reivindicar la tradición del jazz, alternar entre lo acústico y lo eléctrico adaptando su estilo a cada escenario, acercar el flamenco y las músicas latinas al jazz norteamericano, hacer música increíblemente arriesgada y, al mismo tiempo, ser también todo un superventas con más de una veintena de premios Grammy en su haber y, en general, hacer lo que le viniese en gana en cada momento, con mayor o menor acierto artístico, pero siempre fiel a su inconfundible personalidad musical.
